La influencia de 'Violines vallenatos' en el mercado musical

Por Guillermo Romero | El vallenato tomó impulso con el Festival de Valledupar. Las empresas discográficas siguieron con la senda de producir temas porque eran una fuente para impulsar sus ventas.

En Medellín, en reunión con Álvaro Arango, director artístico de Codiscos y conocedor como pocos de música clásica, en reunión con don Alfredo Díez, dueño de empresa y varios músicos, entre ellos Alfredo Gutiérrez y Enrique Aguilar determinaron grabar 11 canciones con violines.

La idea, según Aguilar, era poner violines donde había letra, mientras Alfredo seguía con el ritmo del acordeón. 

Las grabaciones se hicieron en los estudios de Codiscos en Medellín. El maestro Enrique Aguilar era un barranquillero conocedor de la música tropical como pocos. Era un arreglista excepcional.
 
Cuentan quienes laboraron con él, que hacía tres turnos para escribir partituras y dar instrucciones a los grabadores y los intérpretes.

Comenzó su vida musical participando en la grabación de “Las cuatro fiestas” del maestro Adolfo Echevarría con el Cuarteto del Mónaco.

Anduvo con varias agrupaciones por la costa Atlántica, vivió un tiempo en Sincelejo, donde, además, hizo parte de tríos, duetos y conjuntos hasta que un día buscó nuevos rumbos y llegó a Medellín.

Luego de hacer parte de la Orquesta Sonolux y gracias a su capacidad para dirigir, hacer arreglos, componer y hasta cantar, fue invitado por Codiscos a conformar parte de la nómina. 

Creó diversas agrupaciones como Los Frenéticos, la Banda Gagá y la orquesta Los Trotamundos, donde mostraba sus aptitudes en el contrabajo.

Gracias a su ingenio y creatividad como arreglista les dio personalidad a diversos grupos como Los Hispanos, Los Graduados, Los Golden Boys, Los Monjes, Los Black Star, entre otros y organizó la primera grabación con violines para los seguidores del vallenato.

El primer trabajo lo titularon como “Violines vallenatos” y acto seguido “Arrullo vallenato”. 

Los temas seleccionados fueron en su orden de aparición: “Ni cuerpo ni corazón” de Carlos Román –un hit en ese momento con Rodolfo Aicardi y Los Hispanos--, “Los sabanales” de Calixto Ochoa, “La llamada” de Alfredo Gutiérrez, “El queado” de Romualdo Brito, “Reflejo de amor” de Rita Fernández Padilla, “Corazón alegre” de Calixto Ochoa, “Matilde Lina” de Leandro Díaz, “Canta vallenato” de Alfredo Gutiérrez, “Ocho días” de Lisandro Meza, “La Sanjuanera” y La que se va” de Alfredo Gutiérrez.

Era un álbum rojo con las siluetas de unas mujeres en la playa y con un distintivo especial: “Sonido Estereofónico” que daba garantía a quienes lo escucharan como de un buen producto.

El experimento gustó no solo entre los seguidores del vallenato, sino que abrió nuevos mercados. Eran piezas obligadas en salones de reuniones, supermercados, fiestas familiares –porque servían como acompañante mientras servían las comidas--, en los clubes sociales y en cuanta reunión social había en el país. 

Pronto vendrían nuevas producciones, pero mientras tanto, Codiscos ubicó con su sello Costeño la producción en Venezuela, Ecuador y México donde pedían más música orquestada.

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